Entre los años 2016 y 2018, por alguna razón que no alcanzo a comprender, me quedé sin culo.
La afirmación no es metafórica ni hace referencia a la falta de suerte para, por ejemplo, ganar algo en el casino; la expresión es literal.
Yo ya venía sospechando que algo no andaba bien en la zona trasera porque cada vez se me caían más seguido los pantalones, pero ahora ya es un hecho confirmado: me quedó el dorso liso de tanto estar sentado.
La prueba definitiva se me presentó en mi última compra de ropa, esta semana.
Me decidí por las prendas de oferta de la góndola de un supermercado (700 pesos por un jean no está nada mal), y cuando di un giro frente al espejo, el reflejo acusó la ausencia de carne en mis posaderas con una contundencia indiscutible.
–¿Y mi culo? –dije y me escuchó también mi compañera, que se encontraba removiendo buzos de frisa en otra batea, llenándose de estática.
–Es que estás muy flaco –diagnosticó sin mirarme–, pero se puede arreglar.
–¿Cómo que se puede arreglar? –quise saber mientras giraba hacia uno y otro lado frente al espejo.
–Con un poco de gimnasia; los glúteos son músculos y se pueden entrenar –me explicó sin mirarme.
–¿Como los influencers de Instagram? Sigue leyendo